El fin de la vida
Tema incómodo para muchos, recurrente para mí. Esta faceta de emigrante ha revelado en mí insospechadas necesidades de control, como por ejemplo, la necesidad de dejarle las pautas a mi familia de lo que deberían hacer el día que yo deje de respirar.
A pesar de lo recurrente del tema, hay cosas para las que no estamos preparados: ayer recibí la noticia de que murió un tío, bajo la desgracia Venezolana y en medio de una pandemia que tiene a todos los integrantes de mi familia encerrados en países diferentes. Mientras nos esterábamos de los detalles, mi mente trataba de procesar: se murió. M U E R T O. No más. Se acabó su vida. Terminó. Curioso cómo el peso de las situaciones hace tan complejas palabras cotidianas.
Tío eligió tener una vida solitaria, y así terminó: solo. El sábado en la noche, llamó a los bomberos para avisar que se sentía mal. Aún no entiendo si lo encontraron con vida y murió en el hospital o si sólo hallaron el cuerpo. En este año tan virtual, algún brollero coló unas notas de voz (por cierto, gracias a quien quiera que sea) y las regó entre vecinos de los que tenemos años sin saber. El domingo en la mañana ellos contactaron a mi papá y así corrió la información hacia nuestros distintos destinos (qué habría sido de este evento sin internet, whatsapp y todo eso).
Yo mientras tanto intentaba seguir mi día con este pensamiento recurrente: tío se murió. M U E R T O. No más. Se acabó su vida. Terminó. Sumándole un peso en el pecho que viene de la culpa del tiempo sin hablar. Incluso sentí pánico de que el suyo fuera uno de esos chats que por descuido dejo en visto. Fui a facebook a confirmar y no: seguíamos en buena onda.
Volvió esta línea "se murió. M U E R T O. No más. Se acabó su vida" aún ya pasadas muchas horas de haber escuchado la noticia, y de pronto me vi siendo autocompasiva, eligiendo creer que ahora está en un lugar mejor, descansando, sólo porque me reconforta, deseando que de verdad las almas vuelen hacia un destino en el que consiguen felicidad y todas esas vainas que nos inventamos en este plano (deseando, por supuesto, que no sea lo único que exista).
Hoy recibí una foto de su urna y de su cadáver tomada por los dos amigos que pudieron acompañarle. Curiosamente, mis abuelos compraron las fosas hace muchos años, y él fue sepultado junto a ellos. Él era el hijo menor de mis abuelos. Mi abuela siempre tuvo temor de dejarlo solo. Ahora están juntos, y lo afirmo a sabiendas de que recurro al autoengaño como método tranquilizante.
De él queda grabada en mí la primera canción que aprendí en piano, el gusto por el rock en español que saqué de sus discos, los momentos bonitos que compartimos cuando estaba nena y las vainas locas que aún me sacan sonrisas.
Que cosa tan complicada la muerte. Es curioso que sea un concepto tan simple, pero a la vez uno nunca termina de comprender que ‘se acabo’, que ya las historias que quedan son las que hay y que no va a haber nada nuevo.
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