Mi vida después del divorcio.

A continuación, lo que viene es drama parejo.

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Lloverá y ya no seré tuya
seré la gata
BAJO LA LLUUUUUVIAAAA 

Este post trata de mi duelo, de la dolorosa experiencia que fue mi divorcio, porque sí, estuve casada por varios años con mi trabajo me involucré a niveles que ni yo conocía y experimenté por primera vez en mi vida un nivel de compromiso y entrega sólo comparable con el que siempre tuve hacia mi familia. Hasta SwiftKey (mi autocorrector) me agregaba el nombre de la empresa después del apellido y tuve que devolver a mi casa un montón de ropa que tenía en la oficina.

Yo estaba clara
Una de las cosas que más me asustaba de emigrar, era lidiar con el vacío del desempleo. Trabajar es, básicamente, la única cosa que sé hacer, para mí el valor de los días era directamente proporcional a la cantidad de cosas que tachaba en mis interminables listas de quehaceres, y cuando no produzco dinero me siento un desperdicio 

Como me conozco, trabajé hasta el 15 de febrero de este año y planeé mi viaje para el 20, que sería después de muchos años mi primer martes* sin rutina, sin 100 mil mensajes de WhatsApp con solicitudes, sin saturarme de noticias para presentar novedades, sin entaconarme desde las 6 a.m., maquillarme en el carro, tragarme el desayuno mientras leía el correo institucional para salir a toda velocidad a una reunión ultra larga o lo que fuera.

*yo trabajaba de martes a sábado.

Mientras describo me pregunto por qué me costó tanto dejar de extrañar esa estresante vida, pero era mi zona conocida, era mi rutina y dentro de todo el caos y el estrés, ya tenía el control. La incertidumbre, en cambio, me parecía mil veces más incómoda, pero para bien o para mal, rico o no, ya había tomado una decisión que estaba on going y no iba a retroceder.

Por diversas razones no viajé el 20 sino el 24, llegué a Medellín el 25, esa misma noche estaba poniéndole datos colombianos a mi CV y el lunes ya andaba caminando por Poblado repartiendo mi hojita porque, según yo, lo mejor que podía pasarme era trasladar mi estructura estresantemente cómoda a mi nuevo lugar, según yo eso era crear una nueva estabilidad. Adivinen qué no pasó. Más allá de lo que yo esperaba que pasara, que era aburrirme o ponerme melancólica, de pronto vi seriamente afectadas mis rutinas, mi concepto de éxito, de quién soy yo. 

Vacío
Es eso que pasa cuando tienes un montón de horas por delante y no están asignadas a listas de cosas que hacer. Es eso que te sobra cuando desaparece el apuro permanente porque cada minuto ya fue contado.  

El silencio: terrible. Trabajaba en una oficina extremadamente ruidosa (y vivía en una casa más ruidosa todavía, donde el piso de abajo pertenece a mi hermano pianista y el de arriba a mi hermano Dj) réstale a eso no tener a nadie formando peo para que le prestes atención, ni maracuchos escandalosos por todas partes, ni cornetas sonando locamente. 

La tranquilidad: qué vaina rara. Eso de que todo está en su lugar: la comida en el supermercado, las medicinas en la farmacia, el agua en la regadera, la luz 24 horas... después de un año y medio volví a tener dinero en efectivo y después de 28 años empecé a usar transporte público de forma rutinaria.

Quitando las obligaciones y las distracciones, sólo quedaba yo con mi voz interna: insoportable. 

La crisis de identidad
El cerebro es una vaina seria. El mío, particularmente, quedó hackeado  fuera de su moldecito y como si no tuviera suficiente material con el reto de empezar de 0 en un nuevo país, a menudo lo encontraba preguntándose quién sóis vos sin hora de levantarte, sin pantalones de vestir, tacones y chaqueta, sin pasar por el supermercado al salir de la oficina viendo bolsas a ver qué hay, sin llegar a tumbarte en el mueble para que la gata se te siente en la panza, sin apurar a todo el mundo en la casa para que salga temprano...  en fin,  me tomó un tiempo dejar de despertarme y vestirme corriendo, desayunar en la laptop viendo lela mi correo personal en una calma que me alteraba, en el perfecto silencio de una loma en Bello, una dosis de choque necesaria para desaprender, para entender que ya esa vida había terminado.

Es que al que no le gusta el caldo se le dan dos tazas
Dicen que el universo te repite las lecciones que no terminas de aprender, y yo sí creo. Ahora que estoy en mi etapa más esotérica, que le busco señales y relación a todo, creo que es por terca que siempre me toca aprender a las malas.

Ciertamente mi divorcio fue muy duro, pero mi matrimonio era aún más duro, sólo que como ya lo sabía manejar, estaba cómoda. En retrospectiva se hace obvio que mi trabajo me estaba drenando, pero habría luchado por él hasta el fin si no hubiera sido por la situación país, porque básicamente, lo amaba.

En teoría estaba viviendo mi sueño, no se supone que renuncies a eso tan fácil, pero tampoco se supone que un sueño tuyo te aleje tanto de ti.

Y ahora, un poema:
"He renunciado a ti y a cada instante
renunciamos a un poco de lo que quisimos
y al final ¡cuántas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!

Yo voy hacia mi propio nivel, estoy tranquilo
cuando renuncie a todo seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo
la renuncia es el viaje de regreso al sueño"

(No, no es mío, es de Andrés Eloy Blanco)

Entonces... ¿volvería?
No

Fin 

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