El primer paso
Este es mi 5° domingo en Medellín, la ciudad que elegí para recomenzar (y escribiendo recomenzar recordé la palabra resurrección y la procesión que vi esta mañana al despertar y asomarme por la ventana). Para hacer el cuento corto, la patria pudo conmigo. Venezuela me trató tan mal los últimos meses que mi situación se hizo insostenible, así que dejé de esperar que me llamaran de algún trabajo, que crecieran mis ahorros, que saliera alguna oferta de vuelo que me conviniera, que mi mamá se sacara la cédula Colombiana y empecé a actuar: renuncié a mi trabajo, dejé la mariquera y me fui.
A lo largo y ancho de mi vida escuché millones de veces que el primer paso siempre es el más difícil, pero no noté cuán real era esa (valga la redundancia) realidad en mi vida hasta este puto primer paso, fue como si de pronto todo mi pasado iluminara cada primer paso que fue difícil, para hacer un conteo tan largo que pareciera que nunca di un primer paso con facilidad, o sin analizar todo primero. Es que ni mi primer beso se salva.
Detrás de
Cuando uno toma las decisiones con arrechera, como que todo pesa. Yo decidí irme como por reflejo de quien recibe un gran golpe e intenta caer de pie, para mí significó perder, rendirme: hice mis maletas con rabia, me dio literalmente un yeyo cuando redacté la carta de renuncia en mi trabajo, empecé a tener ganas de llorar todo el tiempo, a despertarme en las noches con taquicardia sólo de pensar en el momento en que me tocara despedirme de mi familia, porque sí, tenía claro que el cambio a nivel de condiciones sería grande: pasar de trabajadora a desempleada, de rutina estable a ve a saber qué, de ciudadana a inmigrante, de dormir en mi cama de siempre a un colchón inflable en un cuarto prestado, con menos de la mitad de mis cosas (cosas que descubrí que me dan igual porque a estas alturas recuerdo que dejé el closet lleno pero no sé muy bien de qué) sabía que serían, digamos, muchos vacíos juntos: sí, pero ninguno se compara con el vacío de no tener a los míos día a día (no es que quisiera quedarme en mi casa hasta los 40, pero vivía con mis mejores amigos, quién no extrañaría eso) así que estaba rota in advance.
El camino
El viaje duró 29 horas que, mentalmente, para mí fueron unos 800 años, el viaje más largo de mi vida, el que me separó de lo que yo conocía como mío a mi nuevo destino. Pasar por la Guajira fue deprimente: las mafias, los peajes, la corrupción, por lo que elegí tomar el escenario como argumento para reforzar mi decisión. Al llegar a La Raya bajé mis peroles y crucé a pie para que me sellaran el pasaporte, de ahí tomé un taxi a un Maicao bien distinto a lo que recordaba: Venezolanos por doquier vendiendo más cosas Venezolanas de las que podía conseguir en Venezuela.
Hasta esta parte del viaje yo estaba en una especie de letargo que justifiqué con las dos noches previas que había pasado sin dormir: una por mi último apagón, que duró 13 horas, y la otra por la lloradera intensa que tenía, volví a reaccionar cuando me monté en el bus que me traería a Medellín, donde tuve otro episodio de llanto como de una hora de esos necesarios para después seguir como si no pasara nada. Admito que empecé a sentir emoción de viajera, de "estoy conociendo un nuevo lugar" unas veinte horas de carretera después.
Hoy
Puedo decir que estoy tranquila, que elegí bien la ciudad, que me he adaptado (o amañado, como gustan decir acá). Que tengo una rutina mucho menos perra, que todo esto me ha enseñado a tratarme mejor y a ser más generosa conmigo misma, a tener paciencia, a curarme un pelo la ansiedad porque si una lección hay en todo esto es que no puedo controlar nada.
De momentos se me cuelan los recuerdos de los últimos minutos que pasé en mi casa: evadir la situación jugando con mi gata mientras esperaba el taxi, la conversación nula con mi papá haciéndose el loco también, la cara de mamá mirándome fijamente como queriendo retenerme, los últimos abrazos... e inevitablemente siento un golpe en el pecho (no estoy exagerando) y rompo a llorar, pero me traigo al presente: tengo mucho que agradecer y, especialmente, tengo mucho que crear en esta nueva hoja en blanco que es mi vida ahora. El primer paso es el más difícil, es verdad, pero es cuestión de decisión que te sirva para que el segundo sea bailar o caer.
Quiero seguir leyendo más...
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