Estoy muy vieja para esto.
Me gusta pensar en la vejez como un cúmulo de magia (años, experiencias, achaques) que te permite ser resuelto. Ser resuelto poco tiene que ver con fachadas, sino con usar lo que tienes a tu favor. Muchas veces no sabes lo que tienes hasta que te toca usarlo o desarrollarlo, pocas veces te recompensas por ello. Hoy (culpemos a la luna llena) estoy en un humor de darme una palmada en la espalda y otorgarme el derecho de rechazar cosas para las que ya no tengo energía o curiosidad.
- Adornar opiniones.
- Callarme cosas importantes
- No respetar mis sentimientos (este es el punto más difícil, porque estoy muy acostumbrada a hacerme bullying)
- Engancharme en situaciones que no me llenen
- Pensar en mí de último
- Hacer cosas por “quedar bien”.
- Tener poses: es agotador sostenerlas.
- No tener tiempo para hacer cosas que amo: vamos, es una falta de respeto hacia uno mismo darle prioridad a todo menos a eso que te enciende.
- Hacer cola: no necesito una década más en mi edad para saber que no tengo-que, ni puedo, ni debo desperdiciar mi tiempo de esta forma. Como vivo en Venezuela, invento una manera más amigable de conseguir las cosas o simplemente dejo de necesitarlas.
- Sentirme culpable: ni yo ni ningún ser humano tiene la obligación moral (es más, ni siquiera la posibilidad) de ser perfectos. En vez de arrastrar culpas es mejor aprender la lección y colocarse en los zapatos del otro antes de hacer las cosas o de uno mismo en el futuro en escenarios hipotéticos que podrían resultar de esa situación.
- Quedarme con dudas: cuando encuentras que experimentar es realmente placentero, no te estancas en una expectativa de buen o mal resultado, así que averiguar qué pasa se hace muy divertido y mantener dudas pierde sentido.
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