Lunes

Advertencia: este post es una nube negra.

Nunca me han gustado los lunes, pero de un tiempo para acá, se han vuelto detestables. Así como la mamá de Ted Mosby decía que nada bueno pasa después de las 2 am, yo creo que nada bueno pasa los lunes, y no por ser pesimista, sólo me parece el día en el que pagas tu cuota de karma in advance, por eso es tan pesado. 

Ningún domingo puedo dormirme temprano, ergo, todos los lunes por la mañana soy un sticker pegado a la cama. La alarma suena 1000 veces, y empieza aquel trabajón de auto convencimiento. Cuando no tienes ganas de hacer algo, todo es un obstáculo: decidir qué vestir, peinarte, ser chévere... todo parece una gran cosa y te toma 2830123 horas.

El carajazo de realidad

Tomar el teléfono, ver que todo el mundo ya está pidiéndote/preguntándote cosas a WhatsApp, leer las noticias (que si el apagón, que si los saqueos, que si el referéndum, que se murieron de cáncer, de hambre, de mala vida, etc), marchitarme un poco.

Llegar al trabajo, marcar mi llegada, que la pantalla te diga que llegaste 20 minutos tarde. Desayunar en el escritorio, leer correos, ir a cepillarse los dientes y no lograrlo porque no hay agua, entrar a una reunión de estadísticas de 4 horas, ver miles de números y gráficos, marearte, aguantar las ganas de ir al baño porque es un tema importante y no quieres ser descortés. 

Almorzar en 1 hora, hablando de más trabajo, después de la cola para calentar. Desdoblarte de la conversación para imaginarte qué harás con las cosas que generan ese estrés que ya te causa tu propia calidad de individuo, tus propias cuentas, tu futuro, tu vida en general y esa misma vida con patria. Escuchar los problemas de otros, ver que son peores que los tuyos, y sentirte tremendamente imbécil por quejarte.

Volver a estacionar en el escritorio, pensar en más números, más listas, más correos, más cortesía. Pretender que no estás de mal humor, que todo es perfecto y tratar de contagiar un ánimo que no tienes. Querer llegar a casa y, al estar dentro, recordar que hoy te toca el apagón de 7 a 10, 3 horas sin luz en la que ve a ver qué carrizo haces. No prestar atención, comer, postergar la molestia.

Sentirte miserable, llorar un poco antes de dormir, continuar como si nada (resetearse, pues).

Lo verdaderamente feo de este lunes, es que no es muy distinto a todos los demás lunes; es encontrarlo frecuentemente en el espejo, en esas ojeras que ahora habitan mi cara, y en los años que aún no tengo pero ya aparento.

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