El tiempo del amor es perfecto.
No sé si ustedes, pero del único tiempo perfecto que he escuchado hablar, es el de Dios (#ColegiosCatólicos #CreyentesPopulares #SerCatolicoEsCool) pero a la hora de hablar del amor, la visión común no te dice que respetes sus tiempos, sino que te planifiques.
Todo lo referente al amor es visto como un plan cuya logística es pre-diseñada a detalle: el encuentro, el conocimiento de las partes, el engagement, el sexo... todo motivado por la mera fe de un supuesto que, pese a todos nuestros esfuerzos, no controla(re)mos: el futuro *inserte eco y truenos*. Si bien es cierto que en el presente estamos sembrando lo que cosecharemos después, no hay predicción acertada, ni escritura firmada, ni fórmulas exactas cuando de por medio está otro ser humano, con otro cerebro, con otro corazón con deseos, motivaciones y pensamientos igual de fuertes que los nuestros.
El común denominador en las relaciones es ese empeño en tener un sueño definido y condicionar al otro para que forme parte de él, a creer en que soy para tal y a que tal es para mí, a aguantar hoy para disfrutar mañana, a dar para exigir, a creer en garantías, en la seguridad de mañana dejando pasar el hoy.
Yo creo que la fórmula es al revés: se deja pasar el mañana y se disfruta la seguridad de hoy. La seguridad de la deliciosa sensación que produce el otro al contacto, de querer oír esa voz y escuchar todas sus palabras, la seguridad de la demencia que sólo el amor despierta. Si se tiene eso hoy, no se necesita más.
El amor se transforma en escalas graduales de sentimiento intenso, siendo siempre la más pura muestra de vida. El tiempo del amor es perfecto porque dura lo que tiene que durar, ocurre cuando tiene que ocurrir y no hay manera de poderlo controlar, planificar, o civilizar (ya sería otra cosa). El amor es instinto, es aquí y ahora, no hay más.
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