Un pedacito de cielo
Que el cielo es un lugar al que iremos cuando se acabe la vida es lo que nos enseñaron a muchos cuando éramos niños. La primera vez que supe de esto, fue cuando pregunté dónde estaba mi abuela Susana y me respondieron que se había ido para allá. Ni siquiera me impresionó esta noticia (incluso es probable que mini-yo sólo respondiera "ok"), ya que no tenía claro qué era la muerte, y pues ¿qué tan malo podía ser mudarse?.
Cuando Mufasa murió, luego apareció en forma de nube para hablar con Simba, y de esa conversación entendí que aún estando tan lejos no se había perdido de nada, ergo, no había una verdadera ausencia. Entonces todo bien, nunca creí en la pérdida hasta que empecé a extrañar y entendí (finalmente) que el morir no era asunto de hasta luego, si no de adiós, sin apariciones en nubes ni presencias invisibles permanentes.
¿Por qué esta historia no termina aquí? pues, porque todo este dilema me había dejado una fascinación: el cielo. Empecé a pasar segundos, luego minutos, luego tal vez horas mirando las nubes. La presencia del cielo se hizo cada vez más notable, distrayéndome totalmente. Se convirtió en mi "cosa" favorita para mirar en los constantes viajes de carretera que hacía, y cuando noté que una nube de ayer nunca era igual a una de hoy, ni a otra de mañana, se volvió un asunto mágico. Todo se movía, lo sabía por las estrellas y por la luna, que me perseguía (gracias a internet, ahora sé que esa creencia es un cliché). Sus colores siempre eran (son) distintos, cautivadores, hermosos.
Empecé a mirar el cielo como quien se regala el mejor espectáculo que pudieran ver sus ojos. Fue el hallazgo más divino por su simpleza, su ubicación obvia, su inmensidad tan llena de detalles... el cielo se volvió para mí la mejor obra de arte, y la disfrutaba a diario. Cambiante, siempre con una sensación nueva que ofrecerme.
El cielo tenía una especie de poder para darme paz, para hacerme saber que el universo es inmenso y eso, inevitablemente, me ayudaba a entender cuán pequeña y superflua era cada preocupación. Era como un susurro en mi oído diciendo "nada se va a detener por esta tontería". Era como una terapia para olvidar el ahora y llenarte de un hermoso fragmento de algo mejor que también es ahora, está sucediendo permanentemente, sólo que sobre nuestras cabezas y no dentro de ellas (¡y tantas veces no lo notamos!).
Sabía que existían cosas increíbles en el mundo, pero entre las que yo podía tener, el momento cielo era una de las mejores. Pensamientos iban y venían durante esas horas (o minutos largos, ya no sé) de observación. El significado del cielo estaba cambiando para mí: ya había olvidado el concepto depósito-de-gente-sin-vida del que había escuchado. Muchas veces, identifiqué un momento del cielo en la tierra, en otros humanos, en instantes. Hay un pedazo de cielo en los besos y abrazos de una persona que realmente nos interesa (por ejemplo), hay otro en un trozo de chocolate + silencio después de un escandaloso día. Hay cielo en la caricia de un animalito, en la sonrisa de alguien que tiene un mal día, en nuestras tormentosas tristezas, en la música.
El cielo es un lugar que recibes gracias a tus ojos, viaja hasta a tu pecho y se aloja como una emoción. El cielo es ese lugar al que vamos cuando realmente vivimos.
El cielo de verdad, por mí. |
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